Supervivencia
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Supervivencia
Supervivencia
Está historia o pensamientos, en realidad se llamaban soledad, pero me ha parecido que sería mejor cambiarle el nombre ya que un usuario ya publico algo con ese nombre.
La soledad nunca me ha dado miedo. Ha sido mi cuna, mi salvación, desde siempre. Protegiéndome bajo una capa de soledad, de melancolía, de los demás, de las garras que me destrozaron el alma.
¿Cómo explicar todo lo que he sentido, lo que he sufrido? Rabia y odio se mezclan en mi interior. Impotencia. Indignación. No es justo. Despierta niña, no existe la justicia, es un juego de luces, no magia.
Es raro, pero me duele más el dolor de los demás que el mío propio. Puedo llorar con ellos, sufrirles. Aunque tal vez se deba a que el dolor cuanto más profundo, menos puedes llorar, sacarlo a flote. Se te clava en medio de las costillas. Creo que es en el diafragma, allí lo siento, siento presión cuando lágrimas saladas recorren mis mejillas. No sé.
Pero aunque olvidar es imposible, como bien me dijo alguien hace mucho, (y es muy cierto), todo se puede ir superando poco a poco, con delicadeza y suavidad, sin rascar las costras de mis heridas, dejando que cicatricen, cicatrices en la memoria…
¿Y cómo negar que de todo se aprende? ¿Cómo decir que soy la misma que ayer? No, amigos, no soy la de ayer, ni soy la de mañana. Puede que me parezca más a la que seré que a la que fui, pero no soy la misma. Cambio cada día, con cada amanecer, con cada puesta de sol. Con cada pensamiento.
Sin rendirme, puede que con una visión borrosa del mañana, pero con un claro hoy, voy tirando, creciendo, naciendo. Puede que siga sola. Puede que siempre esté sola, al menos en la parte más oscura de mí misma, esa parte fría y pegajosa, hecha a partir de antiguas cartas, de conversaciones robadas a los resquicios de las puertas por niñas de nueve años, de lágrimas absorbidas y no lloradas, de la sangre que perdió mi alma, de los sueños que no cumplo. De las pesadillas que se cumplieron.
He ido tropezando con palabras y palabras que eran razones. Razones para morir. Razones para vivir. Cadenas de tinta, intrincadas, aprisionándome, asfixiándome, salvándome.
Supongo que necesitaba una razón para vivir, mi propia razón, mis argumentos, mi trama y mis personajes, como cualquier novela. Después de todo, ¿Qué es una novela sino la copia imperfecta del funcionamiento de la vida?
Está historia o pensamientos, en realidad se llamaban soledad, pero me ha parecido que sería mejor cambiarle el nombre ya que un usuario ya publico algo con ese nombre.
La soledad nunca me ha dado miedo. Ha sido mi cuna, mi salvación, desde siempre. Protegiéndome bajo una capa de soledad, de melancolía, de los demás, de las garras que me destrozaron el alma.
¿Cómo explicar todo lo que he sentido, lo que he sufrido? Rabia y odio se mezclan en mi interior. Impotencia. Indignación. No es justo. Despierta niña, no existe la justicia, es un juego de luces, no magia.
Es raro, pero me duele más el dolor de los demás que el mío propio. Puedo llorar con ellos, sufrirles. Aunque tal vez se deba a que el dolor cuanto más profundo, menos puedes llorar, sacarlo a flote. Se te clava en medio de las costillas. Creo que es en el diafragma, allí lo siento, siento presión cuando lágrimas saladas recorren mis mejillas. No sé.
Pero aunque olvidar es imposible, como bien me dijo alguien hace mucho, (y es muy cierto), todo se puede ir superando poco a poco, con delicadeza y suavidad, sin rascar las costras de mis heridas, dejando que cicatricen, cicatrices en la memoria…
¿Y cómo negar que de todo se aprende? ¿Cómo decir que soy la misma que ayer? No, amigos, no soy la de ayer, ni soy la de mañana. Puede que me parezca más a la que seré que a la que fui, pero no soy la misma. Cambio cada día, con cada amanecer, con cada puesta de sol. Con cada pensamiento.
Sin rendirme, puede que con una visión borrosa del mañana, pero con un claro hoy, voy tirando, creciendo, naciendo. Puede que siga sola. Puede que siempre esté sola, al menos en la parte más oscura de mí misma, esa parte fría y pegajosa, hecha a partir de antiguas cartas, de conversaciones robadas a los resquicios de las puertas por niñas de nueve años, de lágrimas absorbidas y no lloradas, de la sangre que perdió mi alma, de los sueños que no cumplo. De las pesadillas que se cumplieron.
He ido tropezando con palabras y palabras que eran razones. Razones para morir. Razones para vivir. Cadenas de tinta, intrincadas, aprisionándome, asfixiándome, salvándome.
Supongo que necesitaba una razón para vivir, mi propia razón, mis argumentos, mi trama y mis personajes, como cualquier novela. Después de todo, ¿Qué es una novela sino la copia imperfecta del funcionamiento de la vida?
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